La espera

Extrañamente en mí, llegue temprano, me sorprendió la invitación, por oportuna y por deseada, los cables mal conectados en mi cerebro que hacen que se me eche el tiempo encima, no tuvieron la oportunidad de jugármela esta vez.

Deambulé un par de minutos ordenando mis ideas, y acabé apoyado en una farola, el único punto de luz salvo la ventana de un extraño bar que sería testigo de aquel encuentro. Allí apostado escuchaba el mundo a mis espaldas, así que decidí dejar de escuchar con los ojos y empezar a ver con los oídos.

El rugir de un coche, otro y otro más, habían tapado unas pisadas hasta que las tuve encima, pero rápidamente noté que se trataba de un hombre corpulento, por el fuerte pisar y su respiración refunfuñante.

La calle fue quedándose en silencio poco a poco, desde lejos oí un clavar de tacón fino que se acercaba, «J’ai dit, pas de temp. J’ai pas distrait plus!!!», está claro que no es para mí.

Sentí como la temperatura bajaba de pronto, y un agradable crepitar de hojas arrastrándose empezó a acariciar mis oídos, a la vez que una brisa mecía mi pelo, poco a poco el sonido del viento fue como una canción de cuna de ruido blanco. En aquel momento igual podría haber estado encaramado a un árbol en un lago, que en el borde de una roca en el rompiente del mar. Aquel bien pudo ser un momento en el que quedarme a vivir, hasta que mis huesos me devolvieron a la realidad, no estaba siendo consciente de que la temperatura había seguido bajando.

Nuevamente unos pasos se acercaban, esta vez quise afinar más, diferencié dos tipos de pisadas, unas más seguidas y livianas, al notar como arrastraba los píes comprendí que se trataba de un niño con su madre, atendí a las voces y pude ser testigo del fragmento de una conversación en la que una madre le hablaba a su hijo como si de un adulto se tratase, intentando su razonamiento, y solo consiguiendo un berrinche mayor.

Tuve la tentación de abrir los ojos, cuando el viento otra vez empezó a jugar con mi pelo, como si de una hermana menor se tratase, pretendiendo hacerme una trenza, y sintiéndome acariciado no quise mover ni un solo músculo.

No se paró el tiempo, no enmudeció la vida como conteniendo el aliento, no llegó tu aroma ni se iluminó la calle, no reconocí tu voz en mitad de un bullicio, sólo vibró mi bolsillo.

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